Adriana Petrigliano


Cuando era chica no soñaba.
Después crecí y pude hacerlo.
Cuando era chica miraba pasar los aviones tirada en el pasto del fondo de mi casa y jugaba con mi perro. Entonces quería ser eso: feliz.
A veces pude serlo. Otras no.
Tengo unas raras mezclas dentro mío que hacen esta que soy: esquinas y adoquines, patio de Villa Crespo,
tangos que suenan lejanos como está de mí Buenos Aires, trenes, estaciones de subtes, música que se pierde en el aire de algún parquecito de diversiones,
aviones de papel, una máquina de escribir de las de antes tecleando todo el día, cigarrillos, y el mar.
Después está lo otro: el hombre llegó a la Luna y le quitó la magia: no era de plata, ni azul, ni brillaba…
También están los miedos que te van haciendo otra y las esperanzas, que te alejan de esa que hacen los miedos.
Cuando llegué a La Rioja el horizonte se hizo de piedra y la lluvia un vago recuerdo.
Pero ya estaban decididos los nombres que me ataban a ella para siempre.
Una siesta de casi 40º, Gabriel García Márquez me mostró el paisaje de Macondo y ya nada fue lo mismo.
Hubo otras cosas
Tan importantes
Tan pequeñas
Tan limpias
Tan oscuras
Tan quietas
Tan tremendas…pero la lista sería interminable.
Por estos días sigo mirando el cielo y atrapo aviones que pasan, con la misma mirada de la infancia.
Tengo un bosque de Juanchos que también miran al cielo…pero esa es otra parte de la historia

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